Y entonces llegó el viernes. O mejor dicho la mañana del sabado. Trabajando de noche se complica un poco saber cual día es cual. Como sea. ¿Trabajo? mucho ¿Cansancio? más. Una escalada insoportable que se colaba por entre los omoplatos desfigurando la sonrisa en un rictus permanente de dolor.

Y a la noche había fiesta, y antes de la fiesta cita y las ganas faltaban. Porque fue una semana dura. Dursima. Estaba cansado. Observar lo que te pasó y lo que te pasa cansa, mucho. Ver cuan grande estás. Cuan lejos estás de donde creías estar y cuanto te falta aún por recorrer eso cansa más.

En los 26 aposté pequeñas cosas. Fueron movimientos casi timidos. Me arriesgué poco por miedo al palazo. Estaba a la vuelta de la esquina. En mi historia, el golpe siempre está a la vuelta de la esquina esperando un momento de flaqueza para caer con toda la furia. Dejarme tirado, reirse y volver a la vuelta de la esquina a que me medio armara de nuevo para que el ciclo de corridas volviera a repetirse.

Sin embargo, el palazo no vino. Y si vino no pudo golpearme. Porque gané las apuestas. Llevó trabajo intenso y constante. En ese año que fueron 26 me aprendí y apliqué aquello que venía viendo desde hacia tiempo. De alguna manera supe enfrentar lo que sea que me echaran encima y mantenerme -al mismo tiempo- entero y feliz.

En los 26 aprendí a ser feliz. A reconocer los meritos propios y la fortaleza que largamente me forgé. No me quedó otra. Mi historia no es de las más felices, que se le va a hacer, hay que seguir. Y seguí, seguí descubriendo cosas que hacen que vivir sea un placer. Me di cuenta que soy así, que cada día que pasa encuentro algo nuevo, que cada día me encuentro y está bueno.

Pero ver todo eso cansa.

Y el sábado a la mañana, estaba cansado. Y triste. Porque las distancias recorridas son realmente subjetivas. Entonces, vos pensabas que estabas ahí cuando no. Ese no era ni es tu lugar. Y querés volver y no podés porque se siente forzado. Además, tambien sabés que no querés volver. Que lo que llora es esa parte puta tuya que cree que "merece" ese barro del cual saliste. Y sentís pena, entonces ¿qué hacés? Llorás.

Así que eso hice ese sábado. Me calcé la cinta negra y me puse de luto por los muertos dejados en el camino. Ensalsé los tropiezos y las vueltas en circulo mientras tipeaba un "Hoy-no-hacemos-nada-estoy-enfermo" todo junto. Recordé cada una de las caidas y lo que aprendí de ellas cuando le envié a mi cita un mensaje diciendo "me-descompuse-será-la-próxima" Mojé la almohada al recostarme para dormir el sueño de los justos.

Y por eso, cada vez que alguien me pregunta "¿Cómo pasaste tu cumpleaños?" yo contesto: De luto. Por que si algo aprendí en este corto camino es que antes de seguir, hay que llorar a los muertos.

Carta Magna

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