Cuando la ruina amenaza tu casa, la derribas y construyes otra más sólida, sin embargo, hasta que esté terminada, todo a tu alrededor es caos y confusión

Podríamos decir que este es mi estado actual: Caos y confusión. Hay mucho que contar en este tiempo de ausencia, pero empecemos por dar un simple panorama de la situación y con el correr de los días iré escarbando en los muchísimos temas que subyacen a este escrito.

Como señalé arriba, la casa se cayó. La tiré, se derrumbó, no importa. La cosa es que hubo un desplome. Ante mi se presentan dos caminos ¿cuál he de elegir? Esa es la cuestión. En un principio pensaba que la respuesta era obvia: El camino prospero. Ese que hace que la vida sea dichosa y feliz. El otro es un viejo conocido, cuya comodidad la vengo sosteniendo desde hace mucho tiempo. Más del que me gustaría. Y no lo sostengo por lo lindo ¿eh? De hecho es lo más parecido a un invierno nuclear que puedo imaginar.

Y me agota. Me cansa sostener situaciones, personas o tiempos que, francamente, son insostenibles de por sí. ¿Por qué lo hago? Quien sabe ¿costumbre tal vez?. No encuentro respuesta. El lado conciente grita que me detenga casi hasta quedarse afónico, que me corra de una buena vez y salte al nuevo camino. Y quiero hacerle caso, en serio… pero no puedo.

No puedo despegarme de las viejas costumbres, de los lazos antiguos que aún hoy continúan tirando. Lejos estaba yo de saber que esos lazos se anudan en mi cuello y que me están ahorcando. Me asfixian. Y mientras dudo si desanudarlo, mientras lucho por hacerlo, el tiempo pasa y el miedo crece.

Miedo a perder el camino, miedo a perder la oportunidad, miedo a que no pueda sacarme el lastre que está, a esta altura, encarnado. Miedo a sacármelo ¿Qué hay más allá? ¿Cómo será vivir sin el nudo en mi garganta? ¿Cómo será vivir? Y si dejo de sostener lo que vengo aguantando ¿se caerá? Y si se cae ¿qué pasa?

¿Qué me pasa con eso?

Sumado a este periodo de confusión, una legión de definiciones mías hacen acto de presencia. Gente que no conozco habla de mi. Estoy acostumbrado a que la gente hable de mi. Está visto que no soy de los que entran en una habitación y pasan desapercibidos. No. Está todo bien mientras no me entere. Será que me gusta más hacer sin que se note. Mantener el perfil bajo.

Pero se nota. Mi laburo habla por mi. Y por lo visto es excelente. Las definiciones son buenas. Ninguna negativa. No hay un “debería haber hecho esto” o “Podría haber sido mejor”. No. Al contrario. Son del tipo “Estás haciendo un trabajo excelente. Seguí así” o “No te preocupes, tropezón no es caída. Vos podés”. Entonces ¿Por qué eso, que debería efectivamente ponerme contento, no deja marca? Tal vez porque tanta confianza me abruma, tantas fichas puestas sobre mi persona me aterran.

Y si, el camino nuevo me da miedo. Las ganancias, tanto económicas como personales, que puedan llegar a generarse me aterran. ¿Estoy listo para un nuevo tipo de vida? ¿Quiero ser aceptado y reconocido? ¿O prefiero está vida donde el dolor, la culpa y la desolación gobiernan de facto?

Las preguntas se agolpan, pero no encuentro respuestas. O mejor dicho, se de donde viene el miedo. Se de donde viene la carencia de satisfacciones cuando se trata de mi propio trabajo: Del mismo lugar de siempre, mi familia. Y mi familia me estalló en la cara ¿coincidencia? No lo creo. Más cuando la Ley “¿Por qué no diez?” es aplicada en todo su maravilloso y riguroso esplendor.

Cuenta la leyenda que cuando Rain contaba con trece años, apenas ingresado al mundo estudiantil, su bio-mamá nunca festejaba sus aciertos académicos. Cuando el pobre infeliz llegaba a casa con un nueve -¡Un nueve! ¡Vamos que no es moco de pavo!- ella muy seriamente le decía “¿Por qué no diez?” y de ese modo conseguía aplastar toda la felicidad que Rain había cosechado desde que salía del colegio hasta que llegaba a su casa. Situación que se repitió durante toooooodo el primer año del secundario.

Consecuencia de esto es que Rain decidió que su bio-mamá jamás festejaría o acompañaría los logros de su hijo. Así que solo le decía como le iba cuando le preguntaban (Y se moría por dentro cuando salía a relucir la tan mentada frase) Pero lo peor no fue eso, sino que jamás le dio importancia a sus pequeñas victorias. Esto quiere decir que el sentido critico aumentó en un 100% pero para el lado contrario. Siempre se fijaba en las tierras a conquistar, nunca en el reino anexado.

Rain no es un cerebrito. Nunca quiso serlo. Podría haberlo sido, pero en un pequeño acto de rebeldía, decidió que el colegio no merecía el ciento por ciento de su atención y que era más que nada algo que debía superar para poder largarse de su casa. Así que jamás tuvo una carpeta completa, una cartuchera o una lapicera que durara más de diez días. Apenas cuidaba los libros y si asaltaba un examen, sacaba fotocopia y repasaba de ellas. Cabe aclarar que fueron pocas las ocasiones en las que Rain debió sentarse a estudiar. La adquisición de conocimientos siempre fue algo sencillo para él. Después de todo, solo tenía que recordar lo que le habían dicho en clase y aplicar un poco de sentido común.

Así sobrevivió al secundario. Consiguió un trabajo y se largó de su casa.

Llegando a la universidad, pensó que sería libre de la tan mentada ley. Siendo un hombre que solo había pedido ayuda a sus padres en materia académica cuando se encontró con la más enroscada profesora de matemática, supuso que la facultad no supondría ningún tipo de problema. Él sabía como ocuparse de sus estudios.

Y de hecho, el problema fue que no le generaba problemas. Iba y aprobaba. Se castigaba preguntándose si no debería dedicarle más tiempo, ya que “estudiaba” muy poco en comparación al tiempo que le dedicaba al ocio, pero no le iba mal. Estudiaba de a ratos, comprendía lo que le enseñaban y tenía una dinámica excelente en cuanto a usar el sentido común para interrelacionar los textos.

El problema surgía cuando le entregaban las notas. En ese momento se dio cuenta que no le importaban. Si era un 2 o un 10 no había diferencia. Una vez salió como el mejor examen de la materia. Alta nota en una materia complicada. Un ocho. Y ahí se dio cuenta que la sensación de alegría simplemente faltaba. Vacío. Así era como se sentía. Algo como “Que pase el que sigue”

Y Rain ya no quiere sentir eso: Ya no es que pase el que sigue, no. Ahora es tiempo de hacer valer el esfuerzo. Y si al nudo de mi garganta no le gusta, pues mala suerte. Ya no quiero perder tiempo en preguntas inútiles.

¿Me asusta el nuevo camino? Si. ¿Me asustan las ganancias que puedo tener por esforzarme como siempre hago? Si. ¿Me siento a la altura? No. ¿Estoy a la altura? Si. ¿Quiero reconocer mi esfuerzo, valorarlo y festejarlo? Si.
Si, si y si.

Cuando la ruina amenaza tu casa, la derribas y construyes otra más sólida, sin embargo, hasta que esté terminada, todo a tu alrededor es caos y confusión. Así estoy, construyendo mi nueva casa. Una donde pueda vivir… porque hasta ahora, tan solo sobreviví.

Carta Magna

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